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La inteligencia emocional es indudablemente un aspecto fundamental en toda labor pedagógica. No debemos olvidar que en los últimos tiempos, la sociedad española viene manifestando una creciente preocupación por el sistema educativo, una inquietud de la que también suelen hacerse eco los medios de comunicación. A menudo nos referimos al elevado porcentaje de estudiantes que no logran adquirir las competencias básicas y que, en consecuencia, no terminan la ESO. Alumnos desmotivados, profesores quemados, conflictos en el aula, escasa comunicación entre padres y docentes; se trata, sin duda, de problemas cada vez más extendidos en la comunidad educativa.
Por su parte, la ampliación de la enseñanza obligatoria hasta la edad de dieciséis años, establecida en la LOGSE , ha hecho que acudan a los centros de enseñanza alumnos que antes no llegaban, con frecuencia adolescentes que ya en la escuela han mostrado dificultades en el aprendizaje y para quienes la enseñanza ofrece precarios atractivos. A ello se le suma, probablemente, nuestra condición de sociedad rica y acomodada, donde se premia pobremente el esfuerzo y donde no pocas veces se sobreprotege al niño y al adolescente.
Ante tales circunstancias, el profesor de secundaria se ve obligado a echar mano de instrumentos pedagógicos y psicológicos cada vez más complejos, de recursos en los que posiblemente ni siquiera ha sido formado. A la vez, se hace imprescindible un trato cada vez más frecuente, directo y colaborador entre éste y los padres de los alumnos, así como una coordinación efectiva entre los docentes.
Nuestra escuela de inteligencia desea justamente dotar a padres y a profesores de herramientas tan necesarias y, a la vez, convertir la inteligencia emocional en una línea conductora que vertebre el aprendizaje de los adolescentes y lleve a buen puerto su proceso de maduración personal y afectiva.
Ya han pasado casi cinco años y, después de todo éste tiempo, seguimos a vueltas con la Inteligencia Emocional...